La
simplicidad de las prendas elegidas por la familia real respondía al carácter
matutino del acto, pero también lanzaba un mensaje de sobriedad, sencillez, de
normalidad. Sin más joyas que el lazo de la Gran Cruz de la Orden de Carlos III
en la solapa y unos pequeños pendientes, el pelo liso y un maquillaje natural,
el estilismo de doña Letizia en su coronación, fue todo un acierto.
No
es ningún secreto que doña Letizia prima el pragmatismo por encima de la
sofisticación en su armario. Pero esto no parece un impedimento para que medios
internacionales como The Daily Telegraph la reivindiquen como
icono de estilo y una de las mujeres más elegantes entre las casas reales
europeas.
Como peinado, Doña
Letizia eligió dos trenzas laterales de raíz de
inspiración griega, las mismas que lució cuando presidió, en el
Palacio Real, junto a Don Felipe, la reunión anual de los patronatos de la
Fundación Príncipe de Asturias. Ese día fue la primera prueba del peinado que
luciría en uno de los días más importantes de su vida: la proclamación de
Felipe VI. Doña Letizia optó por el mismo look, pero en una versión más
informal. La raya al lado y el pelo menos tirante le conferían un look menos
rígido. El maquillaje, muy natural en tonos malva en los ojos y empolvado en
labios y mejillas, resultaba muy favorecedor y parecía un guiño a su hija
Leonor, que también llevaba dos trenzas.
Como estaba previsto, Doña Letizia optó
por un color neutro para su look, que no restara protagonismo a Don
Felipe VI el día de su coronación. El cuello del abrigo bordado con
cristales de colores justificaba la ausencia de joyas.
Pero
las auténticas estrellas del acto fueron las infantas Leonor y Sofía, que
lucían su peinado habitual —una trenza sobre un recogido de medio lado y una
diadema con una libélula— además de sendos vestidos brocados con faldas de
vuelo en tonos verde agua y rosa.
Doña
Sofía eligió, demostrando que no es supersticiosa, un vestido amarillo de
líneas rectas rematado por un impresionante collar de perlas. El punto
sofisticado y las lágrimas de emoción las puso, como ya es tradición en la
familia real española, doña Elena, que llevaba un traje de falda recta y
chaqueta. El blazer dejaba entrever una blusa plisada en tonos
empolvados.
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